24 de octubre de 2010

Llamando a la puerta

La llave. Qué supone tener esa llave, esa herramienta que con el paso del tiempo se ha ido transformando en un elemento indispensable, para abrir, para cerrar, para poder traspasar hacia lugares propios, personales, autónomos, con distribución propia, poco iluminados y consumidos con el paso de los años. Ella se adapta con facilidad, se transforma desde un elemento semejante en un pieza única, es capaz de con un simple cambio dejar de ser útil, o quizás, de serlo para otra puerta. Me gusta recordar el ruido de la máquina que la hace madurar, como al gusano, allí tras el mostrador, un ruido fuerte pero agradable, que no es otro que el del cambio hacia la función, hacia la dependencia.
Son las seis ante merídiem, suena el despertador y casi como robots la gran mayoría de los ciudadanos introducen la llave en el automóvil, ya están enchufados. La ventana está subida, el ruido del medio día contrasta de manera agradable con el de la noche, la ciudad aún no quiere despertarse. Los parques están encadenados, sumisos ante la nueva norma que ha impuesto la llave, las misma que nos ha atado a los coches, el nuevo órgano del ser humano que nos hace transformers paseando por la ciudad, destruyendo con simples movimientos espacios colonizados por el tiempo. Detrás de las vallas están los árboles, los columpios aseados por el rocío de la mañana, las papeleras repletas de basuras, el viento, el olor penetrable de un espacio que fue público, y nosotros desde el coche, desde la única ventana que nuestra vivienda nos deja abrir y cerrar, observamos en ese breve espacio de tiempo detenido esa célula que se desnaturaliza, que no puede relacionarse porque la llave no quiere, porque esa pieza que fue anónima ahora separa, divide y rescinde un trozo de la ciudad que no quiere ser abandonado. La marcha continúa, algo más lenta de lo normal, apenas si el vaho nos deja ver las aceras, los recorridos que el peatón hace a través de más y más puertas, todas con sus llaves. Las calles parecen iguales, pero ahora son las aceras las que tiene problemas de salud, han sido adelgazadas para compartir su espacio con la bicicleta, que es generosa y alegre, rápida y algo maleducada aún, pero buena compañera. Sin embargo, las llaves siguen sin dejarnos pasar, las puertas opacas de los vehículos no dejan que nosotros, las aceras y las bicicletas nos bajemos a la ciudad, no tenemos llave. Lo sentimos mucho, pero lo intentamos, con sonidos, con color, con textura móvil a través del pavimento, con invasiones urbanas que impiden que más y más llaves no encierren en celdas en plena madrugada, con el paseo diario, con el grito mudo del movimiento, de la vida y de la ocupación. El coche se ha parado, la ventanilla se ha subido y, por sorpresa, aún puedo caminar. La ciudad sigue siendo receptiva, agradable al saludo de la mañana y la sonrisa del pasajero, las calles siguen teniendo dueño. Establecer un continuo intercambio para transformar el mapa actual de la ciudad en otro está en la capacidad de modificación del hábito, en la desconexión de la llave, en la llamada a la puerta y en la apertura, que ahora y siempre siguen mostrando un espacio de relación, de vida y de actos sucesivos, que muestran la ciudad. La llave es nuestra y por esto, podemos seguir llamando al a puerta.

Hace ya tiempo que escribí este breve texto, pero ahora me apetece sacarlo al blog. La imagen es de Antonio Más Morales, y se titula "La llave de mis sueños". El contexto que rodea al texto es conocido por pocos, pero creo de vez en cuando está bien recordarse a uno mismo ciertas cosas, que no pueden pasar inadvertidas en el día a día.

2 de octubre de 2010

Disculpe el Señor... (Joan Manuel Serrat)

Muchos son los años que ha pasado ya desde que la sangre derramada, los gritos diluidos y la ira transformada eran muestras de vida humana. Ahora la especie gime por callejones oscuros y angostos que no dejan ver ni la cara, ni las manos, ni siquiera la mirada. Hemos retrocedido del bipedismo, ahora somos reptiles en una sociedad marcada por el oscurantismo, por la sumisión dogmática de unos pocos que no hacen más que engordar su ego a costa del de los demás compañeros del planeta. Esta ha sido una semana complicada y compleja, en primer lugar porque tenía que "re-enfrentarme" con un examen que nunca tuvo que repetirse, porque los hechos demostraban que el fallo no era propio sino ajeno y porque mi tocayo y amigo A.E. ya me contestó mucho antes de obtener el resultado. Para colmo, y en segundo término, se juntan elementos dispares, que a uno lo hacen pensar y a otros constituir grupos irresponsables, irrespetuosos y en muchos casos demasiado ingenuos y analfabetos, que no dejan que los demás podamos controlar el artículo 28 de nuestra ley madre con libertad. Mientras tanto seguimos pagando los mismos, los que no sabemos mantener el pico cerrado y la mente en blanco. He tenido algún tiempo en el que pensé en resignarme, en intentar cambiar, en dejar de ser siempre yo el que se queja, el que protesta, el que no está de acuerdo. He intentado mantenerme alejado, no opinar y estar callado, incluso diría que he aprendido a ser prudente y a seleccionar las circunstancias y las situaciones en las que era necesario hablar. Pero no puedo, sinceramente es que no quiero, no estoy dispuesto a permanecer los años que sean encerrado en un cajón de madera con una sonrisa y con un palabra educada siempre en mi boca. Porque creo que no es lo correcto, porque no creo en el absolutismo de nada, y porque nadie puede atentar contra la persona, en ninguno de los sentidos. Por eso y por mucho más, ayer me costó dormir. Volví como siempre a mi refugio, la literatura, a pesar de que va perdiendo efectividad con el paso de los años. La radio ya ni siquiera me consuela, porque no es creíble, y mis papeles siguen desordenados encima del mueble de la cama. Así que ahora me toca hacer lo que siempre digo y aconsejo, seguir adelante, ser perseverante y tener la voluntad suficiente para continuar. Porque Wiston lo dejo bien claro, y porque son muchas las personas que siendo excelentemente buenas lo aconsejan. Lo más sencillo sería abandonar, pero aún teniendo la experiencia de lo que supone no quiero hacerlo, porque en este caso la balanza no sería positiva, y al fin y al cabo, se trata de llegar a la meta, y nada más. Esta entrada es distinta, porque no es muy positiva, porque sale desde el interior de una persona enfadada, indignada y en gran medida maltratada por un método que no sirve, y mientras los amigos de los que no son mis amigos siguen haciendo capitulitos de una serie que nunca termina. Así que, hoy me acuerdo de aquella última parte de una canción de Serrat que habla de "esos no se han enterado que Carlos Marx está muerto y enterrado".

Destierros

Destierros
Esperaremos la posibilidad

En honor a un gran hombre

En honor a un gran hombre
Erase una vez un largo